martes, 13 de noviembre de 2007

En cartelera: Gone baby gone



Como ya comentamos en su momento, las películas importantes empiezan a llegar y abrimos fuego con Gone baby gone del, quién lo diría, debutante Ben Affleck.


Sí, es la película del 'caso Madeleine', dicho lo cual correremos un tupido velo ya que, más allá del parecido físico de la niña y de las similitudes en los nombres -la actriz se llama Madeline y su personaje se apellida McCready-, la película tiene la suficiente entidad como para que la coincidencia quede en lo meramente anecdótico. Affleck ya demostró con su oscarizado guión para El indomable Will Hunting que su trabajo detrás de la cámara prometía bastante más que lo que ha dado de sí su actuación delante. Como actor siempre ha sido más bien mediocre y sólo cabe destacar sus iniciales colaboraciones con su amigo Kevin Smith y por dar vida a George Reeves, el primer Superman de carne y hueso, en Hollywoodland. En Gone baby gone se ha decidido por adaptar un relato de Dennis Lehane, autor de aquella mítica Mystic River, que vuelve a situarse en los suburbios más deprimidos de la ciudad de Boston. Pero Affleck y su compañero en la escritura, Aaron Stockard, no se dejan intimidar por el precedente -aunque la referencia sea más que obvia- y bucean aún más en la sordidez del mundo de lo que lo hiciera Eastwood en su adaptación. La historia, una más en la obsesión de Lehane por utilizar a los niños como metáfora de la indefensión ante el mundo, es la de Amanda, una niña que desaparece de un hogar totalmente desestructurado, cuyos tíos, ante la irresposabilidad de su madre drogadicta, deciden contratar a unos detectives para que encuentren a la pequeña. De nuevo un barrio que es tejido cicatricial de la gran ciudad, un barrio en el que la gente no tiene otra idea de futuro que sentarse en los destartalados porches de su casa a ver pasar el tiempo, un barrio en el que un niño podría vivir experiencias peores que ser secuestrado. En ese aspecto es en el que, desde la primera secuencia, empieza a destacar la labor de dirección del señor Affleck. Gone baby gone hace alarde de una de las puestas en escena más rotundas que la temporada haya dado y que su director utiliza para retratar a vista de pájaro un barrio miserable y decadente, de atmósfera contaminada y rincones sombríos, sin perder por ello la capacidad de bajar a ras de suelo para retratar a sus moradores, gentes con tan poca estabilidad como los cimientos de sus casas y con pasados tan oscuros como sus callejones. Patrick Kenzie era uno de ellos hasta que decidió hacer algo y se convirtió en detective privado, una especie de ángel caído a la inversa obsesionado con ser el guardián de su comunidad. Junto a su novia Angie Gennaro serán los encargados de pelar una cebolla con más capas de las que hubieran deseado encontrar.


Uno de los problemas de la adaptación es que, según avanza la narración, uno va descubriendo que Gone baby gone no es tan buen material cinematográfico como lo era Mystic River. La investigación policial se va tornando en un complejo 'thriller' emocional al estilo del género negro pero en el que no acaba de quedar tan claro como en la de Eastwood cuál es la tesis que se plantea. Además, como Gone baby gone pertenece a una serie de 5 novelas protagonizadas por los detectives Kenzie y Gennaro, Affleck acaba siendo demasiado fiel y se permite ciertas licencias con respecto a la situación de los personajes en su entorno, de su pasado y de pequeñas historias que acaban resultando inconexas, que todo el montaje termina por resentirse. Tanto es así que la segunda parte de la historia, la que comienza tras la infructuosa búsqueda inicial de la pequeña Amanda, acaba convertida casi en un epílogo explicativo de lo previo. Sin embargo, y pese al terrible uso del 'flashback' y de las escenas de acción que dan idea de su bisoñez, el director remonta el vuelo cada vez que vuelve a lo que sabe, al trato con el diálogo, a demostrar que ser actor antes que director ayuda a no perderle la cara a cómo y quién tiene que decir las cosas.


Por ese lado tenemos uno de los grandes aciertos de Gone baby gone, el casting. Parecería que la cosa queda demasiado en familia con la elección de su hermano Casey como protagonista de la historia, pero lo cierto es que es difícil imaginarse al detective Kenzie con otro rostro. Tal cual lo retrata el guión como un joven de aspecto frágil pero curtido en las calles, el pequeño de los Affleck se ajusta enseguida, no sólo ya por su aspecto inocente, sino por su capacidad de salir de las sombras y morder a perros con aspectos más fieros. De ese difícil equilibrio entre el ser, el parecer y el creer que abunda en la obra de Lehane sale lo suficientemente bien parado como para rozar lo portentoso. Si a esto sumamos su secundario en El asesinato de Jesse James... este puede ser sin duda su año. A él lo acompaña una eterna apuesta de los medios americanos que, por su dudoso criterio a la hora de elegir los papeles, sigue sin explotar su potencial: Michelle Monaghan. Su función en el relato es simple pero esencial, es la voz de la conciencia que expresa las dudas del espectador. Es el personaje que se distancia de la obsesión de su compañero, de la ceguera y la insensibilidad que el trabajo de campo genera y que reflexiona sobre lo que va ocurriendo. En su camino se irán cruzando no pocas grandes interpretaciones como la de Titus Welliver, otro actor surgido del gran reparto de Deadwood, Ed Harris de retorno a su intensidad habitual o el muy sorprendente personaje de Morgan Freeman. Pero si hay un personaje que se convierta en la joya absoluta del ramillete es el de la intratable madre a la que da vida Amy Ryan. Es el personaje por el que programas como el de Jerry Springer pagarían millones: la madre más horrible del mundo pero a la que uno nunca se cansaría de escuchar. Siempre desafiante incluso tras la desaparición de su hija, es un personaje inabarcable y lleno de vida y de ideas que no se preocupa en ocultar, soltándolas como si de una metralleta se tratara. Su Helene McCready es la perfecta definición de por qué se dice eso de 'supporting role', una interpretación de las que genera conflictos y espolea al resto de personajes a mostrarse cómo son. Si no hubiera ya una larga lista de grandes mujeres en papeles de apoyo, Amy Ryan debería ser una de las grandes apuestas para los Oscars. De nuevo una demostración de la gran cantera que es la tele por cable, en este caso del monumental 'thriller' de la HBO The wire.


Visualmente difícil de mejorar -es el doblemente oscarizado John Toll el que está al cargo de la fotografía-, Gone baby gone engancha y acompaña al espectador a bucear en las cloacas de la marginalidad ciudadana, de la doble moral -¿se merece una madre tan horrenda recuperar a su hija?- y de las dificultades para definir el concepto de justicia. El resultado final puede parecer desequilibrado y lejos de la redondez formal de Mystic River, pero nadie puede negar que Ben Affleck en su debut se la juega a tumba abierta y sale con nota del intento después de plantear no pocos interrogantes peliagudos. Y eso ya es mucho más de lo que ofrece el grueso de la cinematografía americana.

2 comentarios:

Champy dijo...

Parece que este fin la estrenan y te podre comentar sale?

Un abrazo.

Andunemir dijo...

Ya me contarás qué te parece ;-) . A ver si sigo comentando yo las que he visto, que todavía faltan.