Muere Delbert Mann a los 87 años
Esto ya empieza a convertirse en una mala costumbre. A ver si acaba el año 2007 que, como siga así, el 'in memoriam' de los Oscars va a durar más que la gala. Esta vez el que se nos marcha es el que fuera uno de los más reconocidos representantes de eso que se dio en llamar "la generación de la televisión", Delbert Mann. Director de alguno de los mejores productos televisivos de la época, ganó el Oscar por Marty y entre todas sus películas logró llevar a las nominaciones hasta a 8 intérpretes.
Delbert Mann nació Delbert Martin Mann Jr. en la ciudad de Lawrence, Kansas, en 1920. Pocos años después se mudaría con su familia a Nashville donde se graduaría en la universidad de Vanderbilt y conocería a su futura mujer, Ann Caroline Gillespie. Sería allí también donde conocería a Fred Coe con el que empezó a trabajar en el Community Playhouse y que le acompañaría a lo largo de su carrera profesional, produciendo buena parte de sus trabajos televisivos. Al acabar la universidad se enroló en el ejército y participó en el "teatro de operaciones europeo" de la aviación aliada. Cuando se licenció y, obviamente, más interesado en otro tipo de teatro, se estableció en Yale donde estudió arte dramático en su Drama School para dirigir a continuación el teatro municipal de Columbia, Carolina del Sur.
Por entonces, Fred Coe que ya era productor de la NBC le ofreció dirigir el incipiente programa de teatro en directo "Philco Television Playhouse". Mann aceptó el trabajo y en 1949 se mudó a Nueva York. Para la NBC dirigiría, además del programa de Philco, el "Goodyear Television Playhouse" y el "Producers' Showcase" -en aquella época en que la televisión se encontraba en pañales, la existencia de varios patrocinadores favorecía la alternancia de sus programas patrocinados-. Entre todos los 'shows' produjo varios episodios destacables como October story protagonizado por Julie Harris y un jovencísimo Leslie Nielsen, En mitad de la noche con Eva Marie Saint, Lee Meriwether y E.G. Marshall, un 'remake' de El bosque petrificado, por supuesto, con Humphrey Bogart e, incluso, varias adaptaciones shakespearianas como un Otelo que contaba con Walter Matthau en el papel de Iago. En 1953 dirigiría una obra escrita por otro veterano de la II Guerra Mundial llamado Paddy Chayefsky y protagonizada por el también veterano Rod Steiger. Esa obra era Marty. Pese a que luego se convertiría en un fenómeno cultural que llevaría a las abuelas al cine, la primigenia versión televisiva de Marty pasó totalmente desapercibida para las primeras galas de premios. No sería hasta que al año siguiente adaptase la multiversionada Our town de Thornton Wilder que se reconocería su trabajo como director. Ese episodio que contaría entre otros con Paul Newman, Eva Marie Saint y Frank Sinatra le valdría a Mann su primera nominación a los Emmy. Mientras tanto, los kinescopios de Marty -grabaciones en 16 mm realizadas directamente de los monitores y que rara vez se utilizaban para emitir- alcanzaban gran éxito en California en ese momento en la que las conexiones de costa a costa se limitaban casi exclusivamente a acontecimientos nacionales.
En una época en la que superproducciones del calibre de Los diez mandamientos eran las que se llevaban el gato al agua, Burt Lancaster y su compañero en la producción Harold Hecht decidieron apostar por adaptar Marty a la gran pantalla, una película pequeña y barata que les permitiría deducir impuestos -se dice que Marty fue la primera ganadora de un Oscar cuyo presupuesto era menor que el gasto promocional-. Pese a ello no dejaba de ser un gran reto meterse en un proyecto de una película sin apenas presupuesto, sin estrellas contratadas, rodada en blanco y negro y basada en un episodio televisivo que todo el mundo pudo ver gratis apenas dos años antes. Rod Steiger no quiso vincularse a la compañía de Hecht y Lancaster para repetir papel, así que éste recurrió a su compañero en De aquí a la eternidad, Ernest Borgnine para que sustituyera a Steiger como protagonista. Borgnine no sólo no había interpretado todavía ningún protagónico importante, sino que todos sus personajes habían sido tipos despreciables en las antípodas del apocado carnicero que da nombre a la obra de Chayefsky. A la vista de tan escaso futuro, Lancaster se excluyó del proyecto y Hecht quedó como único responsable de la producción e, irónicamente, de recoger el Oscar que vendría. Marty se convirtió en un éxito arrollador entre la crítica incluso antes que entre el público y fue la primera película americana en ganar la Palma de Oro en Cannes. Cuando logró distribución en EE.UU. alcanzó el muy honorable puesto de ser una de las películas más rentables de la historia y con ello se estableció como la precursora del fenómeno que el cine independiente empezó a vivir en los 90. En los Premios de la Academia optó ni más ni menos que a 8 categorías, incluyendo 3 para su reparto -Borgnine se impondría a Spencer Tracy, James Cagney, Frank Sinatra y James Dean-, de los que se llevaría, además del de su protagonista, el de mejor película, mejor guión y mejor director, siendo el único caso hasta la llegada de Sam Mendes con American beauty en el que un director ganaba el Oscar con su primera película.
Pese al éxito, Mann volvió a su trabajo en la NBC y no dirigió de nuevo para el cine hasta que en 1957 adaptara otro guión de Chayefsky en La noche de los maridos. Protagonizada por los habituales del teatro televisivo Don Murray, E.G. Marshall y Jack Warden, le volvió a servir para visitar Cannes y le valió a Carolyn Jones una nueva nominación a los Oscars. Al año siguiente sería una adaptación del genial Eugene O'Neill, Deseo bajo los olmos, protagonizada por Sophia Loren y Anthony Perkins, la que volvería a atraer la atención sobre su trabajo. Pero, sin duda, su otra cumbre más allá de Marty llegaría ese mismo año con la adaptación de la obra de Terence Rattigan Mesas separadas. Con una producción mucho más notable -las técnicas televisivas ya se habían adaptado al cine como es debido- y un reparto de campanillas, se convirtió en la confirmación de que el teatro de pequeño formato podía competir en igualdad de condiciones con los grandes melodramas de Tennessee Williams o con la superproducción musical de Gigi. David Niven se llevó el Oscar en el que posiblemente sea el papel de su vida y le acompañó Wendy Hiller como la regente de ese hostal que se promocionaba por la posibilidad de comer en mesas separadas -Gladys Cooper, Rod Taylor, Burt Lancaster, Rita Hayworth o la también nominada al Oscar Deborah Kerr ocupaban algunas de esas mesas-. Tras el nuevo éxito se refugiaría otra vez en la televisión y en el 60 volvería a adaptar al cine a un grande, el autor de Picnic William Inge, en este caso con En la escalera oscura, protagonizada por Angela Lansbury, Dorothy McGuire y Shirley Knight que sería la que esta vez alcanzaría la nominación al Oscar.
En 1961 caería en las redes del todopoderoso Martin Melcher, marido de Doris Day y productor de sus películas junto a Rock Hudson, para los que dirigiría Pijama para dos con un guión menos destacable que Confidencias a medianoche, pero dentro de lo mejor de la pareja. Al año siguiente volvería a dirigir a Doris Day, esta vez junto a Cary Grant, en Suave como visón, de nuevo triplemente nominada a los Oscars. Tras una serie de mediocres producciones retornaría a la televisión casi para no volver -apenas dirigiría 4 películas más- justo en el momento en el que era nombrado presidente del DGA, el gremio de directores, cargo que ocuparía durante 4 años. En el 78 y en el 79 volvería a estar nominado a los Emmy por Breaking up y por la adaptación de Sin novedad en el frente respectivamente. Y aún más importante, Delbert Mann se ganó el respeto de sus colegas del DGA que le concedieron su máximo galardón, el premio Robert B. Aldrich, en 1997 y le nombraron miembro vitalicio honorario en 2002.
Así que en estos tiempos de incertidumbre televisiva nos deja uno de los más fieles representantes de la televisión de calidad, que comenzó su trabajo en los turbulentos años de la 'caza de brujas', una época en la que la televisión no era mero entretenimiento y contaba con un buen número de profesionales que la hicieron vivir la que todavía se considera su edad dorada.
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