viernes, 19 de octubre de 2007

Muere Deborah Kerr a los 86 años



Qué racha. Sólo hay que hablar de alguien que está vivo para que se muera. El otro día mismo cumplía Deborah Kerr 86 años y comentaba con una amiga lo joven que desapareció del panorama cinematográfico y ahora nos abandona para siempre una de las grandes damas del cine clásico, sin duda una de las actrices más elegantes que dio Hollywood.


Deborah Kerr nació Deborah Jane Trimmer el 30 de septiembre de 1921 en un pueblecito escocés llamado Helensburgh, hija de un veterano de la I Guerra Mundial. De natural tímida encontró en la danza y en el teatro una forma de expresar sus sentimientos y, gracias a su tía, una estrella de la radio, consiguió varios papeles interesantes en la compañía de teatro de Oxford, en el Teatro al Aire Libre del Regents Park y, finalmente, en el West End londinense. Pronto llegaría al cine con la adaptación de la obra de George Bernard Shaw, Major Barbara en la que coincidiría con otros grandes de la escena británica como Rex Harrison, Wendy Hiller o Robert Morley. Aunque a la hora de recordar su trayectoria cinematográfica siempre se recurra a los mismos nombres, su filmografía incluye bastantes más títulos meritorios de los que se podrían esperar para una carrera tan aparentemente corta. Para empezar, poco después de su debut caería en las redes de los estetas iconoclastas Michael Powell y Emeric Pressburger para los que protagonizaría Coronel Blimp y la oscarizada Narciso negro.


En estos años finales de los 40 seguiría haciéndose un hueco en el mundo del cine y compartiendo cartel con estrellonas como Robert Donat en Perfect strangers, Trevor Howard en I see a dark stranger o Clark Gable, Ava Gardner y Adolphe Menjou en Mercaderes de ilusiones. Pero su primer contacto con el Oscar no llegaría hasta que interpretase a la torturada protagonista de Edward, mi hijo, un título menor de George Cukor basado en una obra de teatro del propio Robert Morley.


En la década de los 50 protagonizaría los que son probablemente sus mejores trabajos. La primera película importante que protagonizó en esta época fue Las minas del rey Salomón junto con Stewart Granger, que recuperaba el mito del doctor Quatermain y la búsqueda de las famosas minas. Al año siguiente sería Ligia en uno de sus personajes más recordados junto a Robert Taylor en Quo Vadis? que le quitó por la mano a Liz Taylor. En el 52 volvería a compartir cartel con Stewart Granger en El prisionero de Zenda y un año más tarde volvería al 'peplum' con Julio César, la adaptación de Mankiewicz del texto shakespeariano. Ese mismo año protagonizaría la película que la convertiría en un mito de Hollywood por la famosa -y escandalosa en aquella época- escena del beso, la obra magna de Fred Zinnemann De aquí a la eternidad. Ganadora de 8 Oscars estuvo nominada a 13, incluyendo a la propia Deborah Kerr que fue derrotada por Audrey Hepburn.





En el 55 protagonizaría junto a Van Johnson y John Mills la primera adaptación de la gran novela de Graham Greene El fin del romance que años más tarde protagonizarían Julianne Moore y Ralph Fiennes. Un año después protagonizaría otro de sus títulos míticos, la adaptación cinematográfica del musical de Rodgers & Hammerstein El rey y yo. Multinominada de nuevo a los Oscars fue esta vez Ingrid Bergman la que dejó a la Kerr sin Oscar. Al año siguiente volvería a visitar los Oscars tras protagonizar junto a Robert Mitchum Sólo Dios lo sabe, la historia de una monja y un marino que naufragan en una isla desierta dirigida por John Huston. Ese mismo año se convertiría en adalid de la celebración de San Valentín al protagonizar junto a Cary Grant Tú y yo. El barco, la abuela italiana y, por supuesto, el mirador del Empire State el 14 de febrero pasarían a formar parte de la iconografía popular.



En el 58 protagonizaría junto a David Niven la adaptación de la novela de Françoise Sagan Bonjour tristesse, dirigida por Otto Preminger y que pondría en el mapa a una joven rubia de aspecto peculiar llamada Jean Seberg. Pero ese año fue, sin duda, el del que probablemente sea el mejor trabajo de interpretación de Deborah Kerr en la incuestionable Mesas separadas. Adaptación de la obra de Terence Rattigan, supuso sendos Oscars para Wendy Hiller y el propio David Niven, pero no para Deborah que tuvo que enfrentarse a la enorme interpretación de Susan Hayward en ¡Quiero vivir!.


En la década de los 60 cambiaría su registro y daría vida a personajes femeninos inquietantes y de oscuro pasado. Tras reencontrarse con Mitchum, Ustinov y Zinnemann en Tres vidas errantes -a la sazón su última nominación al Oscar que perdió frente a Liz Taylor- protagonizaría en el 61 esa obra de culto que es Suspense, de Jack Clayton, adaptación de la novela de Henry James Otra vuelta de tuerca que deja en pañales cualquier intento posterior, incluyendo la infausta Los otros de nuestro Amenábar. En el 64 volvería a reunirse con John Mills en la pantalla para protagonizar la adaptación de Una mujer sin pasado, dirigida por Ronald Neame, y ese mismo año protagonizaría el que fue su último gran papel en otra adaptación, en este caso de la obra de Tennessee Wiliams La noche de la iguana, junto a Richard Burton y Ava Gardner y bajo la dirección de nuevo de John Huston.


Tras protagonizar la parodia de James Bond Casino Royale, Deborah Kerr desapareció por completo del panorama cinematográfico, supuestamente por el aumento de la presencia de sexo y violencia en el cine y sólo retornó al espectáculo brevemente en los 80 para protagonizar algunas obras teatrales de la BBC y la que sería su última película, El jardín de Assam. En el 94, la Academia acabaría compensando su "olvido" concediéndole el Oscar honorífico.


Así que aquí despedimos a una de las grandes actrices del cine clásico que desapareció cuando Hollywood dejó de ser lo que era, ostentando el poco meritorio honor de ser la actriz más nominada a los Oscars sin premio que en breve le disputará Kate Winslet, una de las pocas actrices recientes que hacen que no echemos tanto de menos a estas grandes mujeres de la escena.

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