sábado, 14 de julio de 2007

En cartelera: Jindabyne



Después de unos días sin acercarme por el cine estaba de antojo y me he ido a ver Jindabyne, la nueva película de Ray Lawrence por pura devoción hacia todos los miembros implicados.


El primero de ellos es la gran figura presente sólo por delegación: Raymond Carver. El relato en que está basado Jindabyne es aquel Tanta agua tan cerca de casa que forma parte de la colección Vidas cruzadas y que ya se encargara Robert Altman de llevar a la gran pantalla. En este caso la historia es como sigue. Cuatro hombres van a pescar a un río de las montañas como parte de un rito que realizan todos los años para escapar de sus sombras y allí se encuentran el cadáver de una chica. En lugar de avisar a las autoridades se quedan allí pescando todo el fin de semana y, a su regreso, el pueblo se les echa encima, saliendo a relucir sus fantasmas. La premisa es simple tanto que, como es habitual en los relatos de Carver, no es más que una mera excusa argumental para diseccionar a sus personajes. Sin entrar en demasiados detalles ni demasiado explícitos dibuja un entorno enfermizo, árido como el oportuno desierto que rodea esta versión australiana y lleno de secretos, medias verdades y mentiras inexplicables.


Es por este motivo que encaja como un puzzle que el responsable de la adaptación haya sido el australiano Ray Lawrence, otra de las piezas fundamentales de la película. El que casi podría ser definido como el Víctor Erice de allá abajo por su escasamente prolífica filmografía -3 películas en 25 años- se caracteriza por contar historias sobre personajes cotidianos que viven torturados por cosas que hicieron y, muy importante, por cosas que le hicieron a otros. No pretende buscar justicia moral ni explicaciones profundas a comportamientos que ni siquiera sus propios personajes comprenden, sólo pretende mostrar al público cómo es su sufrimiento y su lucha contra sus propios fantasmas interiores. A pesar de ello, en ningún momento cae ni en el tremendismo de la tragedia (Babel como ejemplo) ni en la lágrima fácil que un exceso de introspección conllevaría. Muy al contrario, su puesta en escena es fría y distante como las pinturas de Edward Hopper, eterno referente de las historias de Raymond Carver y del Cine en general.

¿Qué es entonces lo que acerca estas películas al público? Como no podía ser menos sus personajes y los actores que los interpretan, la otra clave de la película. En la demoledora Lantana ya demostró su ojo para el 'casting' buscándose como protagonista a ese gran ninguneado que es Anthony LaPaglia y a un buen grupo de actores procedente en su mayoría de esa espectacular cantera que supone la televisión australiana. En este caso, además de a su 'stock' televisivo, recurre a otro actor de inmerecida serie B como es Gabriel Byrne y a la impagable Laura Linney que va camino de convertirse junto con Kate Winslet en las grandes apestadas de los Oscars. Tanto el uno como la otra están enormes, pero sobre todo la Linney a la que estos papeles de sufridora le van como un guante y que ya le valiera el premio a la mejor actriz en el pasado festival de Valladolid.


Además de todos estos aspectos que hemos comentado, la película cuenta también con una genial banda sonora a cargo de Paul Kelly y de Dan Luscombe, compuesta a base de instrumentales muy deudores de la música aborigen australiana que sin caer en el exotismo acompañan los paisajes físicos y psicológicos de la película.

¿Defectos que tiene? El más grave sin duda lo excesivamente frivolizado que aparece retratado en muchas ocasiones el esfuerzo del personaje de Laura Linney por solucionar lo que ocurre y, sobre todo, ese eterno muro de corrección política que supone en Australia la relación con los descendientes de los aborígenes (la chica fallecida es de esa etnia). Casi más que en los problemas que rondan a los personajes y que desde el comienzo se plantean, la trama en su último tercio tiende a un intento de expiación que parece más el de la sociedad hacia los aborígenes que el de los propios personajes consigo mismos. De hecho hay escenas que sobrarían por completo sino fuera porque los actores son capaces de echárselas a hombros y las salvan de distanciarse totalmente de su propio destino.

En conclusión, Jindabyne no llega al nivel de la impecable Lantana, pero es sin duda una estupenda historia con unas interpretaciones dignas del acercamiento y que demuestran en estas contadas ocasiones las cosas tan interesantes que tiene el cine australiano para contar.

2 comentarios:

Raquel dijo...

Fui a verla porque me gustaba mucho el argumento y por su pareja protagonista, pero salí algo decepcionada. La película tenía muchas posibilidades (los conflictos humanos en vez de la investigación policial), pero me supo a poco.

saludos!

P.D. Por cierto, ¿eres el Andunemir de FilmAffinity? Es curioso, porque es mi 1º alma gemela :)

Andunemir dijo...

Primero, bienvenida al sitio y gracias por el comentario ;-).

Sí, es cierto que, sobre todo en el último tercio, con todo el tema metafórico-sobrenatural, la historia pega un bajón totalmente incomprensible que sólo salvan las escenas con Laura Linney y Gabriel Byrne. En Lantana eso estaba mucho mejor resuelto e, incluso habiendo una mayor presencia del tema policial, casi no importaba resolver la desaparición que era la base del argumento.

P.D.: No me constan clones, así que, sí, el de FilmAffinity debo ser yo :-P .